En la tercera sesión no me hizo hablar, sino que me entregó el libro «Peter Pan» e hizo que lo leyera en voz alta… Yo estaba alucinando, pero, tras una breve risa, empecé a leerlo.

—Adivina quién eres tú en el libro.

—Peter Pan desde luego que no. ¿Wendy tal vez? Como me diga Garfio la tenemos…

—¿Por qué pensaste en Wendy?

—Lleva el control. Peter Pan sin Wendy no es nada.

—Tu familia sin ti no es nada.

—¿Perdón?

—Eso es lo que piensas: eres imprescindible. Tienes que estar tanto en sus momentos alegres como en los tristes, incluso en muchas de sus actividades. ¿No es así? Eres el reposo del guerrero, la madre abnegada, la trabajadora perfecta, la amiga atenta… La que quiere tener el control de todas y cada una de las facetas de tu vida, convirtiéndose en imprescindible para los tuyos. Sin recibir ningún gracias, porque es el comportamiento que una buena esposa, madre, trabajadora y amiga debe tener y no consideras que deban agradecértelo. Ves que es tu obligación y te sientes mal si das menos y no el mil por cien.

—Yo no pienso que sea imprescindible. No diga tonterías.

—¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo improvisado? ¿O qué decidiste dejar algo a medias, no porque no pudieras terminarlo ese día sino porque se te daba la gana? ¿O delegar más en miembros de tu familia, aunque consideres que por sus circunstancias les estarías echando más cargas encima? ¿O ir al trabajo más tarde y no siempre a la misma hora y tan temprano? ¿O no ser la última en salir del trabajo por dejarlo todo de la mejor manera posible? ¿O dedicar tiempo para ti? Y para ti quiere decir tú, no tú y otras tantas personas en algún curso de yoga o de espiritualidad.

—Lo que yo soy es responsable, que es distinto. Mis hijos tienen mucha libertad y no dependen de mí. Y mi marido, el pobre, se pasa todo el día trabajando y es normal que no esté para improvisaciones.

—Nadie puede ser un reloj suizo y tú te acercas peligrosamente a uno. Pero con la diferencia de que siempre marcas la misma hora y no varías.

—Parece que usted no me está escuchando, porque lo que yo le estoy diciendo le entra por un oído y le sale por el otro.

—Tu cuerpo tampoco te escucha entonces. O si te escucha, se ha hartado de que le exijas tanto.

—Reconozco que, a lo mejor, me exijo mucho a mí misma y por eso mi cerebro tuvo esa especie de desconexión debido a la ansiedad causada por el estrés.

—Y me puedes decir, ya que te has diagnosticado tan bien, ¿qué te causa esa ansiedad y esa depresión de la que hablaste en la anterior sesión? Para que veas que sí te escucho.

—No sé, a lo mejor me exijo mucho y tengo demasiadas responsabilidades. Para eso estoy aquí, para que me trate. ¿No es así?

—Tienes el síndrome de Wendy, aparte de otras cosas que iremos desgranando más adelante.

Sello antiguo de Peter Pan entrando en la habitación de Wendy, ya mayor, mientras hace punto. Como parte de La Esencia de Iris de Ana Daitán.
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—¿Ese síndrome existe de verdad? Yo creía que sólo existía el de Peter Pan. Pues sí que son aficionados los psicólogos al librillo ese para sacar todos los síndromes de ahí. ¿No me diga que también existe el de Campanilla?

—Sí.

—Siento alivio por no haber dicho que me identificaba con Garfio.

—Ese síndrome no existe.

—¿Y qué es el síndrome de Wendy que usted dice que tengo y a mí me parece que va a ser que no?

—Wendy es la niña que cuida a los personajes del cuento en el mundo de fantasía, que es capaz de hacer aquello a lo que Peter Pan no se atreve, que asume sus riesgos, sus responsabilidades… pero que siempre permanece en segundo plano. Peter Pan es el protagonista que triunfa gracias a los esfuerzos de Wendy. Pero Wendy volvió al mundo real. Tienes la necesidad de complacer los deseos de tu marido y de tus hijos. La mujer con este síndrome tiene algunas de las siguientes características:

»Un perfeccionismo que le lleva a sentirse culpable cuando algo sale mal, especialmente, en lo que respecta a satisfacer a otros.

»Se siente imprescindible. Es ella quien debe encargarse de hacer las cosas.

»Su idea de amor es igual a la de sacrificio. Se resigna al malestar, al cansancio y al resto de consecuencias negativas que trae consigo el desgaste debido al cuidado de otra persona.

»Asume las responsabilidades y tareas de su Peter Pan, por lo que, en caso de no serlo, asume el papel de madre de su pareja.

»Evita los conflictos e intenta hacer feliz a la otra persona dejando a un lado su propia felicidad.

»Se disculpa o se siente culpable por las cosas que no le ha sido posible hacer.

Iris desesperada entre la lavadora y el cuarto de baño con una copa de vino. Muestra la angustia de la protagonista de La Esencia de Iris de Ana Daitán.
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Mientras lo escuchaba, pensaba y, aunque quería quitarme esos pensamientos de la cabeza, me sentía identificada con alguna de las características que había mencionado. No me daba tiempo a descartar esos pensamientos, cuando proseguía su charla:

Vivir de esa manera trae consigo una serie de consecuencias negativas a nivel emocional y de pareja:

»Tristeza y soledad: esta persona acaba por sentirse sola, sin nada que la satisfaga. Además, pocas veces se da las gracias por algo que ella misma hace que se considere como «un derecho».

»Depresión y trastornos de ansiedad: sentir que no llega a todo lo que se propone, unido a la falta de refuerzo por el entorno que le rodea, puede dar lugar a problemas emocionales.

»Burnout (estar quemado): este síndrome, comúnmente asociado al ámbito laboral, también puede aparecer aquí por la incompatibilidad y ambigüedad de tareas, falta de tiempo para sí misma, etcétera. Esto hace que se sienta agotada y al límite de sus posibilidades.

»Problemas de pareja: el síndrome hace imposible el principio de equidad en la pareja a partir de que ambos miembros no son iguales a la hora de asumir responsabilidades.

No supe qué decir a mi psicólogo jardinero. Como vio que estaba pensativa me dijo:

—Te he relatado de memoria el «rollazo» que viene en el manual. Pero lo que yo quiero no es relatar palabras de memoria para explicarte un síntoma, sino que te des cuenta de tus emociones, que sepas delegar en miembros de tu familia y que el «no» en tus labios sea una palabra que también pueda existir, sin el miedo a sentirte rechazada.

Estuvimos hablando durante un buen rato y, al final, me hizo ver ciertas cosas o, al menos, conseguir que mis defensas bajasen.


¡No te pierdas en el próximo post la TERCERA PARTE!

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